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Dieta de Bibliotecas
Un síntoma de época puede ser la gordura. Es decir, el resultado de una vida sedentaria y el miedo al futuro, que la ansiedad hace a uno acumular cosas por si las dudas. Pero pienso en lo cultural también, ver muchísimas películas y series, leer de a cinco libros a la vez, estar ávido de novedades, como dice Heidegger de la existencia impropia. Esa gula casi mecánica parece que la tenemos todos, sea el rubro que sea. Si te gusta correr, hay un mundo de zapatillas, relojes, técnica y más para vos. Con los libros pasa lo mismo. Uno se va alimentando de ellos con lo que escuchó o le interesa, o si se come el amague de los suplementos culturales del diario, va tras cosas que mucho no sabe si le importan. Pero para estar en la pomada va consiguiendo cositas. Y así va formando su biblioteca fat Frankenstein. “Lo gordo”, entonces, como algo malo y que hay que combatirlo. Los algoritmos de nuestros clicks nos llenan de trucos para adelgazar, de fitness, de calistenia para el cuerpo y para la casa minimalista. Todo eso si uno tiene guita y vive en Zona Norte o Palermo con papis millonarios. A nosotros los pobres nos quedan la austeridad papal y la del neoestoico uruguayo Pepe Mújica: “menos es más”, que después de todo son filosofías antiguas vueltas a actualizar. Las bibliotecas son la fabricación de un santuario, de una fe personal. Uno se detiene a su lado y planea lecturas como vacaciones. Va haciendo pilas y esas pilas son una nueva biblioteca nómade. Con los años, se aprende el truco de la lectura y se va leyendo más con cara de ojete: “Esto ya lo vi, esto bla bla”. Si pasó por la Universidad, ahí se roba con la multiplicidad de voces, la polilengua y la mar en coche que lo hacen a uno ser como ese mago enmascarado que ve a la magia como un secreto, y se convierte en un culón que revela los secretos. Donde había un objeto mágico, en realidad se ven piezas de ingeniería. Pero bueno, la cosa es que uno fue juntando libros que no volverá a tocar, y lo sabe. ¿Qué hacer?
El Aleph puesto a dieta
Conocido en el mundillo
literario (es decir 20 personas y dos cuñados) es el caso del escritor con bigotes
graciosos, que engordó “El Aleph” de Borges. Kodama le hizo juicio, y ahí
quedó. Pero la cosa es que se equivocó de procedimiento. Ese procedimiento es
viejo, hoy el mundo pide dieta. Ni hablar en Borges, que es un atleta de
maratones, porque siempre fue un autor de lo mínimo, “poeta menor” como le
gustaba llamarse. Sabemos que el escritor con bigotes buscó entrar al ágora con
espuma, como recomendaba Nietzsche en su Ecce
Homo, y así hacerse conocido. Es por eso que no hay publicidad mala.
Alguien dijo, alguna vez, que
el libro es un sarcófago. Sí, un cajoncito ahí acomodado en los nichos. Pero yo
agregaría: con la virtud del renacimiento. Ese nacer íntimo y ante los ojos del
lector, y que solo el lector decodifica, que sólo él puede decir: ¡Lázaro,
levantate y anda! Así que uno va armando su propio cementerio.
Hoy la soberbia progresista
de la época recomienda más haber leído que leer, y sale por zoom con su
biblioteca atrás, para así Bourdieu y los muchachos del campus cultural quedan
chochos. Otra cosa que hacen es que te mandan a leer, porque no pueden
explicarte nada de lo que dicen, si le preguntás. Salvo si les dan horas
cátedra en un Posgrado, y te duermen pasando PowerPoint. Cosa que tampoco es
explicar.
La cosa es que con el tiempo
y las mudanzas, los libros también se van mudando. Cajones de fruta, cajas,
pilas corte tetris apoyadas en la pared, estantes, o alguna biblioteca de pino
que pronto quedará estallada como edificios del FONAVI. Cuando hacés tu primera
mudanza Mamá dice: “¿no te vas a llevar
todo esto?” “Dame un tiempo mamá”.
Así uno tiene una biblioteca en la casa que alquila y en la de su mamá. Pero al
tiempo y se deben juntar, porque si no su mamá tira todo. Así que va a lo de su
madre y saca todo. Ahora, resulta que el dueño del departamento quiere vender.
¿Watafakkkk? Mudar una biblioteca es mudar árboles, me dijo una vez un amigo. Y
es verdad. Es un calvario, es mudar un bosque. Después, volver a armar el
santuario y comenzar la primera dieta, que como tal, como toda dieta, fracasa
los miércoles. No tener tu propia casa y tener biblioteca es un error de
concepto. Me acuerdo que había un cuento de Borges, de un hombre que viajaba
del futuro, y lo recibía otro. El cuento está en El libro de arena y se llama “Utopía de un hombre que está
cansado”. La historia trata de un viajante perdido en la pampa, que busca refugio
en una casa. No se sabe bien, pero parece ambientada en el futuro. El hombre
que lo recibe, le muestra un libro, de hace mil años, como si ese dispositivo
fuera un tesoro, y el viajante le dice al hombre que en su casa hay más de dos
mil ejemplares como ese. El hombre ríe y agrega:
“Nadie puede leer dos
mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado más de una media
docena. Además no importa leer sino releer. La imprenta ahora abolida, ha sido
uno de los peores males del hombre, por esa tendencia a multiplicar hasta el
vértigo textos innecesarios.”
No es que uno quiera esas casas cubos, todas blancas, como se
muestra a los nuevos japoneses minimalistas, que tienen dos remeras blancas, un
jean, y un abrigo. ¿No transpiran éstos ponjas?
Estos seres de luz viven con una PC (obvio que Mac), y se arreglan con eso
solo.
(¡El hijo de
puta mete todo en el placard, hasta la cama está ahí!)
Pero pienso en cuando sea
padre, o ahora que soy tío, que te venga a visitar el niño y no tengas nada
para mostrarle más que unos videos en la PC. Eso me gustaba de la casa de los
abuelos. Esos cuartitos que se armaban eran castillos llenos de tesoros. Cañas
de pescar, herramientas, artículos de plomería que aún zafaban, cosas de
electricidad, libros, bicicletas, escopetas, toda esa generación tuvo su propia
ferretería. Ojo, y no eran ricos, sino que se la fueron armando. Después
mueren, y las familias saquean todo cual mongoleños, y lo que queda se tira, o
queda para el que compró la casa del abuelo. ¿Por qué? Porque ya las casas de
los hijos están llenas de nuevos chirimbolos. Porque también fueron puestas a
dieta. Las casas de los herederos siempre son más chicas, es ley.
¿Andar flojo de equipaje es
parte de no tener historia? ¿O más bien no tener la documentación que la
respalde? Porque uno no es sus cosas sino las experiencias que tuvo; pero… ¿es
así? Si uno anda yendo por ahí buscando experiencias –cosa que recomiendo– se
llena de cosas que va juntando en lo de su mamá y en su casa de soltero. Tablas
de surf, guantes de box, aikidogi (ropa de aikido), consolas de videojuegos,
celulares viejos, PC viejas, etc. Cada objeto detona su propio recuerdo. Si nos
despojamos de todo ¿qué vamos a ser? Antes, toda experiencia era vivida para
meterla en un libro. Ahora por suerte hay youtubers,
así que mueren menos árboles, aunque también ellos sacan libros como un kiosko
más. Pero antes, si uno quería aprender algo, había que ir a leer un libro.
Ahora hay tipos que enseñan a cambiar el motor de un Gordini desde Santa Teresita
por YouTube. Impagable. Uno se encariña con las cosas. El libro es una cosa más
del mundo, como un cine portátil. Pero después del truco, deberíamos dejarlo
ir. Habría que volver a las bibliotecas de barrio, públicas, compartidas. Dejar
ahí nuestro libros, saber que están resguardados por el sepulturero con obra
social y afiliado a su sindicato. Y saber que ese bien puede ser usado y
cuidado por todos. Uno debe armarse una biblioteca, como ese ejercicio de la
isla, donde se pregunta qué libros te llevarías. Pero si todos somos islas como
decía Deleuze ¿por qué armamos un rascacielos con los libros? Tener una
biblioteca es crear una ciudad nueva. Por eso es que Caín ganó. Caín es el
constructor de ciudades. Pero yo me preguntó: ¿qué diría Abel de esto?
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